jueves, 17 de septiembre de 2009

Ahora ya sabés

Para empezar tengo que atajarme ante la posibilidad de que una persona involucrada en esta historia conozca y lea este blog. Si es así, no se, al menos sabrá lo boluda que me sentí, y si tengo suerte, no se acuerda.
Esta anécdota también sirve como claro ejemplo de por qué ODIO hablar por teléfono. Me pongo tan nerviosa que digo pelotudeses.


Era el día de mi cumpleaños número 16 o 17. Estaba en mi casa esperando visitas, cuando suena el teléfono. Amiga1, a la que no veía hacía tiempo, me felicita el cumpleaños y no se por qué, me cuenta que amiga-en-común tenía reuma. Hablamos algunas trivialidades más y cortamos.
Un rato después me llama amiga-en-común y después del protocolo general del llamado de cumpleaños, la conversación se estanca. El siguiente diálogo demuestra claramente que no respondo óptimamente a las situaciones incómodas.

-...
-...
-Ah, me llamó Amiga1 hace un rato. Me contó que tenés reuma.
-Ah... sí.
-¡Pero todo bien! ¡Porque ahora ya sabés!


No me acuerdo cómo siguió la conversación, porque después no pude parar de pensar en lo que había dicho. Todavía no se qué quise decir con que estaba todo bien "porque ahora ya sabés" ni por qué saqué el tema.
Perdoname amiga-en-común, cuando me ataca la incomodidad telefónica no pienso, te juro que no pienso.

martes, 15 de septiembre de 2009

Extraños

Lo que quiero contar es complicado. Aunque no parezca, me tortura desde la infancia llenándome de vergüenza. Es de esos recuerdos que se le aparecen a uno acompañados de rechazo y angustia.
Pero como este blog me ha ayudado mucho a convertir situaciones vergonzosas en simples anécdotas patéticas y un poco graciosas, lo cuento. Ya está.
Cuando era chica, MUCHAS veces confundí gente en la calle con los adultos que me acompañaban en ese momento, y llegué a conversarles o intentar darles la mano. Nunca trascendió demasiado el error. Los extraños se limitaban a reírse o señalarme a mi verdadero adulto.
Pero hubo una vez que no me olvido más. Mis padres estuvieron mirando una vidriera durante horas (en tiempo de niño). Se ve que mis ganas me hicieron ver cualquier cosa, porque de repente pasaron unas piernas adelante mío y yo me trepé a un bolsillo, como hacía con mi papá.
Caminé kilómetros (en distancia de niño) agarrada al bolsillo de un extraño, hasta que una mano me tocó la cabeza, miré para arriba y un viejo me devolvió la mirada riéndose como loco.
Me solté y volví sobre mis pasos. Mis viejos me miraban desde la misma vidriera riéndose también.
Y a mi me re molestaba que se rieran de mí.










Ah, y ahora miren mis pipunis:
Catálogo
Blog
y Fotolog

viernes, 11 de septiembre de 2009

Yo hago esto:





Se llaman Pipunis y los vendo. Si alguien quiere, me manda un mail a wadalarala@hotmail.com