Me encanta mentir. No con maldad o cobardía. En realidad, sería más apropiado decir que me encanta inventar, que no es lo mismo.
No es que digo alguna mentira horrible y la sostengo por el resto de la eternidad. No puedo, porque generalmente invento cosas ridículas y siempre algún salame me dice "¡¿POSTA?!" y yo me río, mal, como una loca. Me da más risa que la escena de la bañadera de Pánico y Locura en Las Vegas, pero menos que las cosquillas.
Es una pena que ahora tenga un poco abandonada la costumbre, porque lo hacía muy bien. Inventaba cosas absurdas con la mejor cara de póker, todos me creían y se sentían muy boludos cuando largaba la carcajada.
Hace unos años, a un compañero de colegio le dije que en un viaje en colectivo una señora me vomitó. Me lo re creyó y lo pude sostener hasta el día siguiente, cuando me sacó el tema, incrédulo, para que le cuente bien. Fue muy gracioso, en serio.
miércoles, 22 de julio de 2009
Suscribirse a:
Entradas (Atom)